lunes, 12 de mayo de 2014

Plausible


Prefiero convertirme en humo
que perder la palabra en un abismo.
Incomoda lo sé, siempre incomoda mirarse al espejo después de una larga noche llena de pesadillas.
A la mañana siguiente, los párpados apenas se sostienen con una voluntad tan frágil que irrita
y los ojos nos parecen pozos de alquitrán y el estómago nos ruge de pura ansiedad.
Una imagen tan lastimera como miserable. Nosotros los vulnerables. ¡En pelotas! Desnudos y con hambre.
Ni la fugacidad estelar nos tiende una mano y frente a esto: dos alternativas.

Nos hacemos los idiotas, nos rascamos el pelo, damos la media vuelta, cuchareamos el manjar  o nos detenemos para preguntarle a esa imagen: ¿Oye, por qué le tienes tanto miedo a deglutir un trocito de realidad?

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